Estamos tan acostumbrados a emitir juicios sobre lo que hacen los demás que no nos paramos a pensar si estamos capacitados para emitir veredictos justos. Condenamos con harta frecuencia. A menudo influenciados por lo que vemos en torno nuestro: una sociedad donde permanentemente se está sometiendo a juicios sumarísimos a cualquier persona. Condenamos sin rigor, sin caridad y sin argumentos que justifiquen nuestras sentencias. Bien nos vendría cambiar el papel de jueces que tanto nos gusta desempeñar por el de reos a los que no se les permite defenderse. Así aprenderíamos a ser menos injustos y a recatarnos a la hora de opinar sobre los demás.
Cristo, estás clavado en la cruz. Eres inocente, sí, pero aceptas entregar tu vida por cada uno de nosotros. Este madero que hoy está físicamente