Somos propensos a entrar en polémicas estériles y peleas sin sentido. Diariamente, nos encontramos en situaciones en las que nuestra soberbia nos impele a mostrarnos altaneros, engreídos y sabedores de todo. Discutimos por nimiedades y negamos al otro que tenga parte de razón en sus planteamientos. Incluso llegamos a acalorarnos y a pasar a la riña, el enfado y la descalificación del contrario. ¡Cuántos disgustos nos ahorraríamos y evitaríamos a los que nos rodean si antes de hablar nos mordiéramos la lengua!
No es cristiano negar nuestra ayuda a quienes la necesitan. Tú nos enseñas, Señor, que debemos amarnos los unos a los otros. Y nos das