Se inicia bajo la iniciativa de Marity Vela, en 1979 con el nombre de “CORO RONDALLA DE VILLOLDO” tratando de reunir a niños y jóvenes en una misma sintonía haciéndoles sentir el amor por la música. Con ello no solo se formaron musicalmente, sino que aprendieron a convivir, a responsabilizarse y a darse cuenta de que con su esfuerzo eran capaces de alegrar a los demás. Además de la misa parroquial acudían a otros pueblos para bodas, fiestas…, visitando numerosas poblaciones. Fueron años de gran enriquecimiento personal. Niños y jóvenes que cambiaron el callejear por los ensayos casi diarios. Un detalle curioso es que un tío de Marity (Arturo Pelayo) la prestó 21.000 pesetas a fondo perdido para comprar la tela de las capas que confeccionó su mujer (Micaela). Ese dinero se saldó el primer verano con las actuaciones realizadas, a pesar de no cobrar nada por ellas.
Pero nada es eterno y la vida nos lleva por otros caminos por lo cual, al casarse la directora en 1984, desaparece.
Como los designios del Señor son inescrutables en 1988, ya de vuelta a la población natal, por motivos laborales, de nuevo inicia la formación de otro coro. Ahora, y en vista de que a los jóvenes les cuesta más participar, opta por juntar a personas mayores, las incondicionales, y a pequeños, generalmente niñas, hijas o nietas de las mismas, para que la materia prima no se agote de golpe, sino que pueda haber varias alternativas. Resultó una experiencia muy enriquecedora pues en las salidas y celebraciones lograban estar las familias reunidas. Fueron muchas las actuaciones realizadas y muchas las alegrías recibidas. Ahora toma el nombre de CORO RONDALLA VILLA DE LOS OLMOS pues parece que históricamente el nombre del pueblo podría venir de ahí.
Pero nuestras chicas crecieron, se fueron a la universidad, se casaron… y nos dejaron. Otras personas, ya mayores, también nos dejaron por enfermedad o fallecimiento. De todas se guarda un grato recuerdo. Las que quedamos, seguimos al pie del cañón con la ilusión que nos caracteriza. En contrapartida, y después de mucho esfuerzo, convencimos a nuestros maridos a participar con nosotras y así aumentar el número de participantes y la calidad de las voces. Lo conseguimos y con ello también perpetuar esas reuniones y celebraciones que confieren al grupo una unión fraterna. Muchos de ellos, jubilados, encuentran un aliciente en el coro que da sentido a su vida.
Toda la persona que quiera pertenecer al coro, puede hacerlo, aunque solo venga en verano. Cantar es rezar dos veces y se podría decir que hasta cinco cuando se pone todo el corazón en ello y lo que se canta es vivencia y testimonio de una vida plena.
Nuestro coro es un regalo de Dios. Hemos compartido tantas alegrías y penas juntos que somos como una verdadera familia.