No se trata de cuánto damos, sino del espíritu que anida en nuestro corazón cuando acudimos a ayudar al necesitado. Lo que importa, pues, es el amor que pongamos al dar nuestra limosna, grande o chica según nuestras posibilidades. Lo que Dios tiene en cuenta es la actitud de nuestro corazón, el cariño con el que actuamos. La generosidad sale del alma y, si es auténtica, no pone límites ni en la cantidad ni en la forma en la que compartimos lo que tenemos con los que nos necesitan.
No es admisible practicar la caridad con tristeza. Ni con desgana. Ni por compromiso social. Hay que poner en ello alegría, ilusión, entrega. Porque eso