El apego al dinero y a las cosas terrenales que con él se compran no llenan nunca de satisfacción a quienes buscan la auténtica felicidad. Más bien al contrario: en el culto que a menudo tributamos a las riquezas de este mundo se esconde nuestro propio fracaso como personas libres de ataduras. Esto es el principio de todos los males de la humanidad, ya que sustituimos al Dios del Amor por los dioses del materialismo.
Estar en paz con Dios es vivir con alegría la fe del Evangelio. Esto no es posible ocultarlo. Porque se transmite a los demás automáticamente.