Para ser mejores personas y para poder ayudar cristianamente a los demás, necesitamos la fuerza que solamente procede de Dios. Nosotros somos poca cosa, estamos llenos de defectos y nuestra debilidad es muy grande. Si asumimos esta realidad, lo correcto es acudir humildemente al Señor a pedirle que nos eche una mano. Porque solamente Él lo hará. Nunca seremos defraudados, si ponemos nuestro corazón en sus manos y le encomendamos nuestros proyectos para que Él los dirija. Nos lo ha prometido y nunca defrauda a los que a Él se acercan.

Una madre buena nunca defrauda a sus hijos. No los abandona, no los maltrata, no los guía por malos caminos… María, que es la mejor