Cuando nuestros pensamientos o nuestros actos no son buenos, nos remuerde la conciencia. Nos sentimos intranquilos. Con pesadumbre. Tristes. En el fondo lo que nos sucede es que reconocemos que no hemos sido fieles al amor de Dios. Esto nos quita alegría. Pero si somos capaces de reconocer nuestros yerros, y nos ponemos en disposición para corregirlos, volverá a nosotros la alegría. Es la mejor prueba de que nos sentimos en paz con nosotros mismos.

¡Basta de quejas sobre lo mal que está todo! ¡Basta de añoranzas de pasados tiempos que, al parecer, fueron mejores! Compartamos la alegría de ser